La sala de reuniones estaba en completo silencio. Nadie se movía. Los abogados, sentados alrededor de la mesa larga, miraban la escena con tensión, como si esperaran que algo explotara en cualquier momento.
Amanda soltó la mano de Eric de golpe, sintiendo un calor residual en la palma. Pero ya era tarde: todos habían visto ese gesto de cercanía, como si fueran una pareja de verdad. Eric, sin dudar, volvió a tomar su mano con naturalidad, entrelazando los dedos de nuevo. Ella no protestó esta vez; solo tragó saliva y miró al frente.
Abel seguía de pie al final de la mesa, con los ojos fijos en ellos. Su rostro mostraba rabia y sorpresa que no intentaba disimular.
Tenía las manos apretadas a los costados, y su traje, siempre impecable, parecía arrugado por la tensión. Los abogados de ambos lados observaban, con papeles en las manos, sin saber si intervenir o esperar. Uno de ellos carraspeó, pero nadie le hizo caso.
Eric dio unos pasos al frente, rompiendo el hielo con una calma que domin