Ella se alejó rápidamente de él, intentaba recomponerse, las manos el temblaban y no tenía idea si era por el golpe que le propinó o por todos esos besos en el ascensor.
—¿Qué te hace pensar que quiero algo contigo? —pregunta Amanda, sin darle la cara. Él camina delante de ella, pero la mujer vuelve a darle la espalda.
—Amanda, de esa manera no podemos hablar. ¿Vas a estar evitando mi mirada todo el rato, huyendo?
—¿Huir? —ella se gira, encendida—. ¡No eres quien para hablar de huir! Esta mañana desapareciste como si nada.
—Y lo lamento.
—¿Crees que tus daños van desapareciendo según te disculpas?
—¿Qué puedo hacer para enmendarlo?
—Empezar por ser sincero. ¿Por qué te fuiste de esa manera?
Sincero.
Eso era algo que él no podía emplear del todo en ese momento, pero intentaría hacerlo lo mejor posible.
Él la miró como si quisiera decirlo todo y al mismo tiempo temiera decir algo.
—Toma asiento, por favor.
—No quiero—dijo Amanda, cruzándose de brazos.
—Eres un poco terca, malcriada y ba