Cyril entró a la oficina sin tocar, como siempre. Llevaba su traje caro, sus gafas de sol puestas dentro del edificio —porque era un imbécil con estilo— y esa sonrisa cínica que le nacía cuando intuía desastre.
—Tienes cara de mierda —soltó mientras cerraba la puerta de una patada leve—. ¿Qué sucede ahora? ¿Sigues lidiando con tu némesis?
Eric no respondió. Solo apretó el bolígrafo entre los dedos y siguió revisando un documento que ni siquiera estaba leyendo.
Cyril arqueó una ceja.
—No —dijo, acercándose—. No. No me jodas. ¿Qué hiciste? Di algo o seguiré intentando adivinar.
Eric dejó el bolígrafo, respiró hondo y levantó la vista.
—Me casé.
El silencio fue inmediato. Cyril parpadeó una vez. Dos. Luego dejó caer su maletín en el sillón.
—¿Con quién? —preguntó lento, como si esperara un mal chiste—. Hace dos días estabas rodeado de buenas tetas en mi fiesta, ¿luego te fuiste a Las Vegas o qué? Joder, deja de bromear. Primero tengo que lidiar con que vendrán dos mini tú a este mundo, ¿