Eric no sabía en qué momento había dejado de respirar. Solo lo notó cuando el pecho empezó a arderle.
Amanda estaba tan cerca que podía sentir el calor de su piel, el ritmo suave de su respiración y ese olor dulce que venía del helado… o de ella. No tenía forma de distinguirlo.
Sus ojos bajaron a su boca sin que pudiera evitarlo. Los labios de Amanda, brillantes aún por la cuchara, se movieron apenas cuando ella sonrió.
Era una sonrisa peligrosa. De esas que hacían que la cordura se le resbalara entre los dedos.
Eric tragó saliva, intentando obligarse a retroceder, pero su cuerpo avanzó por sí solo, inclinándose hacia adelante. No era una decisión. Era un reflejo. La respiración se le aceleró sin permiso, torciéndose en un sonido bajo que le escapó del pecho. Amanda ya no hablaba. No hacía falta. El movimiento de sus labios bastaba para ponerlo al borde de un desastre.
Sus manos estaban cerca de su cintura, demasiado cerca. No la tocó… pero sentía el impulso ardiendo en los dedos, pid