Amanda encendió la televisión nueva mientras sostenía la taza de té caliente entre las manos. Aún llevaba el cabello revuelto y caminaba descalza por el suelo tibio de su casa recién estrenada.
La sensación era extraña. El silencio era amplio, limpio, diferente al ruido constante de la casa de Eric. Esta casa tenía ese aire de comienzo, de cambio, de algo que podía construir desde cero.
Se acomodó en el sofá y miró a su alrededor. Todo estaba nuevo: las cortinas recién colgadas, las cajas vacías apiladas en la esquina. Todavía olía a pintura. Y aunque el espacio era grande, no se sentía fría como imaginó. Sentía que ese lugar podía ser suyo. Su hogar. Su refugio.
Pensó en su madre. Le vino esa necesidad de verla, de sentarse a su lado en la residencia, de hablar con ella, aunque no siempre obtuviera respuestas claras. Le dolía pensar que un día podría confundirse más, que tal vez no la recordara en absoluto. Pero a la vez deseaba tenerla cerca, cuidarla, darle un espacio seguro. Inclu