Adriel se movió con sigilo a través del jardín, algo difícil para alguien tan alto y grande como él. Elio lo observó desde su escondite sintiendo los nervios consumirlo poco a poco, su mirada se movía entre su amigo y el depósito, una y otra vez, esperando el momento adecuado para correr hacia su amada.
Adri estaba cerca del joven delincuente, agazapado a sus espaldas como un depredador a punto de atacar a su presa distraída. Aunque ahora Adri parecía un hombre amaestrado, un padre de familia y un esposo ejemplar que formaba parte del sistema, Elio había sido testigo de las cosas que había hecho para sobrevivir en un mundo tan hostil donde los hombres como Adri son dejados de lado, considerados peligrosos, sin cerebro, sin darles una oportunidad de demostrar lo que hay dentro, lo que tienen para decir y lo que tienen para dar.
Pero Elio y Meri sabían bien que había un gran corazón dulce y con mucho amor para dar debajo de ese cuerpo intimidante. Pero no era momento de sentimentalismo