ANDY DAVIS
De pronto el ambiente alrededor se volvió más denso y la atención de varias personas se fijó en un punto al que yo volteé. Entonces vi a Damián, caminando con determinación hacia nosotras, luciendo su ceño fruncido y su altanería. Tenía esa aura imponente que siempre generaba respeto y temor, y contra mi voluntad, mi corazón se aceleró.
—Madre… ¿qué haces aquí? —la voz de Damián irrumpió en la conversación. Su mirada era fría y cortante, pero reconocí el brillo de ira en sus ojos.
—Solo quería conocer a la madre de los mellizos —dijo su madre con una falsa dulzura—. Y ver la manera de conocer a mis nietos.