ALEXEI MAKAROV
Caminé por los pasillos del hospital, con el corazón palpitándome en la cabeza, preocupado de haber dejado a Molly sola, encerrada en mi cuarto. Me sentía como un niño intentando esconder un gatito en su clóset, esperando que la malvada de su hermana no lo encuentre y lo lastime.
Tenía que darme prisa.
Llegué por fin a la habitación indicada, toqué un par de veces antes de abrir la puerta y encontrarme ahí a Rachel Monroy, lidiando con una gelatina insípida. En cuanto la enfermera que la acompañaba me vio, se cuadró, alerta y confundida.
—¿Nos puede dar privacidad? —pregunté en cuanto la cuchara cayó de la mano de Rachel. Estaba asustada, el pitido en el monitor me decía que su corazón estaba al borde la taquicardia.
Entorné los ojos de manera amenazante al notar que estaba tentada a gritar y pedir ayuda, pero sabía que eso solo aumentaría el número de bajas al final del día. Sus manos se aferraron a las sábanas y sostuvo mi mirada con valentía mientras la enfermera