ALEXEI MAKAROV
Arrastré los pies escaleras arriba. Con cada movimiento la carne de mi espalda se separaba y sangraba un poco más. Cada sesión con el látigo se volvía más dolorosa, flagelar piel ya herida era una tortura digna de un cabrón como mi padre.
Conforme me acerqué al cuarto, escuchaba murmullos que se transformaban en gritos. Había una discusión intensa cuando lo único que quería era paz. A esa hora esperaba que la chica estuviera dormida aún, lo que me permitía darme un baño, cubrir mis heridas y salir sin que se diera cuenta, pero esta vez fue diferente.
Abrí un poco la puerta, solo para escuchar.
—¡No seguiré permitiendo que mi hermano sea torturado solo porque la princesa no quiere abrir las piernas! —gritó Nadia desde el interior—. ¡Te pondrás esa maldita lencería y le suplicarás que te folle! ¡¿Entendiste?!
»¡Tú ya no tienes hogar! ¡Esta es tu casa! ¡Ahora nosotros somos tu familia, te guste o no!
Y entonces escuché el fuerte estruendo de una bofetada.
Cuando entré po