RACHEL MONROY
Toda la seguridad que había agarrado al salir del hotel, durante el camino se había ido disolviendo. Cada kilómetro recorrido me hacía sentir vulnerable y poco apta para la misión. Cuando por fin el auto se estacionó frente a las puertas de la comisaría, mis manos se aferraron a mi bolso mientras veía la inmensidad del complejo.
Bajé del auto con un poco de torpeza, perdiendo todo el aliento como si hubiera corrido un maratón. Volteé hacia el chofer silencioso que se había quedado al margen de mis miedos. Quería que me prestara por un momento su tranquilidad y confianza.
—Si algo llega a pasar… —susurré viéndolo con atención, entonces por fin bajó su mirada hacia mí—. No me dejarás morir sola, ¿verdad? Si hay un motín, si las cosas salen mal… no vas a…
Sonrió de medio lado, divertido por mi pánico, antes de negar con la cabeza y poner su mano en mi hombro.
—Créeme… no soy el único que está cuidando de ti —susurró y vio por el rabillo del ojo hacia atrás de nosotros, en