ROCÍO CRUZ
—¡Oye! ¡Deja eso en mi bolso! —exclamé preocupada, estirando mi mano como si pudiera alcanzarlo desde donde estaba.
—¿Es lo que creo que es? —preguntó divertido mientras sacudía la bolsita, viendo el polvo a contraluz—. Vaya, no pareces esa «clase» de mujer. Virgen, pero drogadicta. Qué sorpresa más interesante.
—Es demasiado fino para ti —rezongué e intenté acercarme, como si en verdad me importara que no se metiera ese polvo—. Solo dámelo. Estamos aquí para follar, no para que me robes mis cosas.
Fingiendo furia, bajé de la cama y me acerqué con determinación.
—Me tienes miedo, solo cuando no tengo esto en mi mano —dijo entornando los ojos en cuanto me planté frente a él—. ¿Tan buena es?
—Es buena y es cara. No la comparto con cualquiera —contesté intentando arrebatarle la bolsita, pero solo tuvo que levantar su brazo para que se volviera inalcanzable. La desventaja de ser chaparra—. No estoy jugando. No pienso desperdiciar eso en ti.
—Veamos qué tan buena es… —dijo con