ROCÍO CRUZ
Me encogí de hombros y tomé una copa de champagne. Apenas remojé mis labios, sabiendo que no podía tomar alcohol frente al enemigo.
—Bueno, creí que mi oferta sería obvia. Te dije que después de la exposición habría una subasta y hay algunas pinturas que están siendo expuestas aquí y que participarán —dijo con una sonrisa que parecía querer ridiculizarme, pero se encogió de hombros, dudando de que fuera buena idea.
—Está bien, entiendo que no puedas. Algunos hombres simplemente no tienen ambición y hay que aceptarlo —contesté con tono relajado, notando como el fuego se encendía en sus pupilas.
—¿Ambición? —preguntó con una carcajada que se le atoró en la garganta—. No soy como cualquier hombre.
—Está bien… No todos podemos conseguir lo que queremos. A veces hay que aceptarlo —agregué con apatía mientras volvía a humedecer los labios, con la mirada clavada en la siguiente pieza.
—¿Por qué esa pintura? ¿No quieres algo más… no sé… «gentil»? ¿Qué tal algo de Monet? —preguntó