DAMIÁN ASHFORD
—¿Señor? —preguntó mi ayudante después de tocar insistentemente a mi puerta.
—¿Ahora qué? —Torcí los ojos, molesto, odiaba que me interrumpieran cuando más ocupado me encontraba. En verdad cumpliría mi amenaza, estaba acomodando mis asuntos a modo de que pudiera pasar más tiempo con Andy. Lo hacía con el fin de poder estar al tanto de mis hijos, cerciorarme de que ella estuviera comiendo bien y fuera a sus chequeos con el doctor, eso era lo único que me interesaba, estar pendiente de mis hijos… o eso era a lo que me aferraba.
—Se fue… —susurró y entonces cada vello de mi cuerpo se erizó. Levanté la mirada hacia mi ayudante y este retrocedió intimidado.
—¿Perdón? ¿Qué acabas de decir? —pregunté en un tono bajo, pero con la suficiente potencia para que entendiera que no estaba para bromas y que dependiendo de lo que dijera su cabeza podría terminar separada de su cuello.
—La señorita Andy no se presentó a trabajar. Llamó el de recursos humanos y dijo que intentó comuni