DAMIÁN ASHFORD
—Caballeros, ¿me acompañan? —dijo con amabilidad y abandonamos el consultorio detrás de él, dejando a los policías frustrados y con las manos vacías. Su buen trabajo no fue recompensado con gloria, sino con humillación.
Lucien y yo compartimos una mirada confundida, mientras sobábamos nuestras muñecas y avanzábamos un par de pasos detrás de él. Dudando si era prudente escapar, pero sabíamos bien que no podíamos. ¿Qué pasaría con Camille, con Rocío y con mi hija? No podíamos irnos sin ellas.
—Están de suerte… —dijo abriendo la puerta de una de las oficinas. Dentro estaba el director del hospital, sentado detrás de su escritorio con una postura tensa, el ruido de la puerta lo sobresaltó, pero no volteó hacia nosotros. Delante, con los brazos cruzados y esa postura de estatua, Carter, quien levantó sus ojos bicolor hacia nosotros.
—¿Tú nos sacaste del aprieto? —preguntó Lucien arqueando una ceja, escéptico—. ¡No dudo de tus capacidades! Sé que eres muy convincente con