ALEXEI MAKAROV
No supe cómo fue que me acomodé, pero por primera vez mientras dormía, la espalda me dolió de manera espantosa. Entonces abrí los ojos y me di cuenta de que estaba a punto de amanecer.
Intenté levantarme cuando un peso inusual sobre mi antebrazo me hizo detenerme. Tenía la cabeza de esa niña sobre él, sus cabellos parecían abrazarlo. Respiraba acompasadamente, parecía en calma, sin pesadillas.
Me incliné sobre ella para ver su rostro más de cerca. Tenía una piel tersa, unas cejas negras bien delineadas, unos labios carnosos. Deslicé las yemas de mis dedos, siguiendo su contorno, entonces bajé por el ángulo de su mandíbula hacia su cuello. Las cosquillas hicieron que se removiera como una gatita perezosa, y la camisa que, de por sí ya le quedaba muy grande, me mostró ese escote peligroso.
El primer botón abrochado estaba por debajo de sus pechos, permitiéndome ver el encaje que los cubría. Seguí esa línea divisoria entre su piel y la tela. Noté como mi tacto erizó sus