RACHEL MONROY
Me estacioné cerca de unas banquitas frente al «Palais Garnier». Había un evento, podía ver a la gente entrando con sus ropas elegantes y joyas. Recordé cuando era niña y acompañaba a mi madre a sus conciertos y como me quedaba quieta frente a la sinfónica mientras calentaban. Era una experiencia mágica y podía imaginarme un día entre ellos, tocando el piano como ella, incluso… cantando. El director de la orquesta siempre decía que yo tenía potencial para desarrollar mi voz o tocar algún instrumento, y mi madre se dedicó a instruirme, hasta que su matrimonio colapsó.
—¿Rachel? —De pronto escuché su voz, pero no sabía si era parte de mis recuerdos o de la realidad. Se escuchaba igual que cuando era niña—. ¿Eres tú, Rachel?
Entonces la escuché más cerca y tuve que voltear. Ante mí había una versión más vieja, pero igual de hermosa e imponente. Sus cabellos castaños estaban pintados con canas, un mechón bien definido que se enredaba con el resto de su cabello. Sus ojos azu