RACHEL MONROY
—No hay malos aquí —respondió mi madre con tranquilidad—. Al principio lo odie, pero curiosamente el mismo hombre del que desconfiaba fue quien me apoyó y me dio fuerzas para salir adelante sin rencor. Irónico. Al final me di cuenta de que fue una víctima igual que yo. Que no pudimos tomar decisiones que no estuvieran influenciadas por terceros.
»Éramos jóvenes y aún dependíamos de la aprobación de los demás, de cumplir con lo que esperaban de nosotros. Nos dejamos influenciar y peleamos entre nosotros solo para complacer a los demás, sin pensar en que tú estabas en medio. —Tomó mi mentón con delicadeza y me sonrió, pero su rostro aún cargaba con tanta tristeza—. Sé que hizo a una jovencita fuerte, no lo juzgues como me juzgaste a mí, nadie es perfecto.
—Por su culpa no te conocí… Por su culpa creí que tu eras quien nos había abandonado. ¡Incluso ahora me cuesta empalmar o sustituir lo que yo pensaba de ti con la realidad que me acabas de contar! —Era muy confuso cambia