DAMIÁN ASHFORD
Abrí la puerta de la sala de juntas con toda la seguridad y elegancia que me caracterizaba, no quería parecer amenazante, pero tampoco quería mostrarme como una presa. Entonces me quedé congelado, sin terminar de entrar, con la mano aún en el pomo, conteniendo el aliento.
—Damián Ashford… Por favor, entra —dijo el único que estaba sentado a la cabeza de la enorme mesa ovalada. Era un hombre que cargaba con años de experiencia en sus ojos y esas canas que se asomaban en esa melena que en algún momento fue completamente negra.
Cerré la puerta sin darles la espalda. Por lo menos había cuatro hombres de pie, cerca del auditor y al mismo tiempo manteniendo la distancia. Podía apostar que debajo de sus abrigos guardaban suficientes armas para acabarme en cuanto su amo les diera la orden.
—¿A qué debo el honor de su visita, auditor? —pregunté con la frente en alto, caminando con confianza hacia él, hasta que uno de sus hombres se interpuso, marcando la distancia que debía de