ROCÍO CRUZ
—Dime, Rocío, ¿eres virgen? —preguntó el ama de llaves cruzándose de brazos. Me sentí tan incómoda como cuando un día un policía me detuvo en la calle y me pidió mis papeles.
—Ah…pues…
—¡Responde! —ordenó pasando de esa actitud maternal a la de una generala.
—¡Sí! —exclamé encogiéndome. Quería esconderme debajo del agua y la espuma—. No es que… no haya tenido novios, ni que… yo quisiera permanecer así…
Comencé a excusarme porque sabía que, a mi edad, era extraño y no quería parecer como una perdedora. Aunque… ¿en verdad lo era? Prefería pensar que, más bien, era como un unicornio, un ser mítico, fuera de lo común. Por lo menos era un consuelo. Como decía mi abuela: hay que verle el lado positivo a las cosas.
—Bueno… si quieres mantenerte así, tendrás que ser muy inteligente y poner atención en cada lección que te dé. ¿Entendido? —Por primera vez la vi dedicarme una mirada cargada de lástima, como si tuviera miedo por lo que me esperaba—. Estamos metiendo a un felpudo co