CAMILLE ASHFORD
Me quedé en silencio, pensando en todas las posibilidades. Ahora que éramos más unidos, ¿hasta dónde llegaba mi libertad para invadir su privacidad? No quería incomodarlo, no porque le tuviera miedo, más bien por respeto, pero la curiosidad me corrompía.
—Tocaré antes de entrar, no te preocupes —le contesté al ama de llaves con una sonrisa que prácticamente era una línea recta por lo tenso de mis labios.
Caminé con calma, atravesé el estudio y, como había dicho ella, ahí estaba la puerta que llevaba al invernadero. Me acerqué lentamente y alcancé a escuchar la música que sonaba, era música clásica, y no pude evitar sonreír.
CAMILLE ASHFORDCon el cuerpo tembloroso y completamente aferrada a él, nos vimos por un largo rato después de disfrutar del clímax. Podía escuchar mi corazón retumbando en mi cabeza mientras ambos jadeábamos satisfechos.Con un beso gentil, sellamos nuestra pequeña travesura en el invernadero y permanecí abrazada a él, absorbiendo su calor y su aroma. Sus brazos eran mi refugio, no podía explicar cómo me sentía estando con él de esa manera, pero de algo estaba segura, el mundo dejaba de importar.—Te amo —susurró para después besar mi frente y hacerme sonreír como una tonta.Antes de que pudiera responder escuché un par de golpes en la puerta. R&aacut
LUCIEN BLACKWELLTuve que recoger muchos pétalos del suelo, y mientras lo hacía, no pude evitar sonreír, recordando el motivo. Camille se había convertido en una adicción. No podía mantener la calma cuando acariciaba su piel o cuando me veía de esa manera, con deseo. Esa mujer me tenía a sus pies.—¿La tienes? —pregunté hacia el teléfono que descansaba en la mesa a un lado, con el altavoz encendido. —¡Auxilio! ¡Me secuestran! ¡Alguien haga algo! —escuché la voz de esa mujer resonando con fuerza, entonces mi pregunta quedó respondida. Como siempre mi chofer era muy práctico expresándose. —Bien… hablaré con el ama de llaves para que te alcance en la casa vieja —contesté antes de colgar. Mientras le daba los últimos toques a la última rosa, algo perturbó el ambiente. Lo podía sentir, había algo extraño, fuera de lugar. De inmediato me alerté y lo vi, un par de ojitos azules asomados por encima del borde de la mesa. Curiosos moviéndose en cada objeto. —Hola, tío Lucien, ¿qué haces? —p
LUCIEN BLACKWELL—De pronto se me perdieron de vista los niños… en verdad, lo siento mucho —agregó Camille una vez que estuvimos solos. Cuando volteé hacia ella de nuevo me sentí culpable por preocuparla.—No tienes que disculparte —respondí tomando su mano y besándola con cariño. —Prometí cuidarlos y se me escaparon, sé lo importante que es para ti estar en calma dentro del invernadero y… Antes de que terminara, tomé su rostro entre mis manos y la besé, robándome su aliento, alimentándome de su alma. Recuperando la paz que había perdido, gracias a su calor y su aroma.—Está bien… —susurré contra sus labios—. Nunca lastimaría a los mellizos, sé cuánto te importan y cuanto los quieres.Aún recordaba la manera protectora en la que se mostró aquella vez que la visité en el «chalet» de Damián y me la llevé. Desde ese día había demostrado que sería una madre protectora. —¿Dónde está Andy? —pregunté mientras examinaba su hermoso y angelical rostro.—Fue a buscar a Damián, no contesta el
ROCÍO CRUZAntes de poder contestarle escuché ese característico sonido de llantas de auto avanzando lento sobre el asfalto, suficientemente cerca para que pudiera percibirlo. Vi por encima de mi hombro un auto negro con las ventanas negras. Mi corazón se aceleró y mi estómago se hizo pequeño.—Donna… te tengo que colgar —susurré tragando saliva con dificultad.—¿Tienes que correr? —preguntó angustiada.—Tengo que correr —contesté antes de colgar en el mismo momento que la puerta del conductor se abrió. Mis piernas se tensaron y antes de que el hombre pusiera un pie en la acera, yo ya estaba corriendo desesperada como si mi vida dependiera de eso, mientras por dentro
ANDY DAVIS—Señorita Davis, no pensé que nos volveríamos a ver —dijo Nick con una sonrisa amplia, como si fuéramos viejos amigos. El mismo hombre de R.R. H.H. con el que había convivido de cerca cuando trabajé para Damián sin saberlo—. ¿Qué haces por aquí?—Lo mismo pregunto, ¿no se supone que trabajas en otra sucursal? —pregunté con una gran sonrisa mientras caminábamos juntos en el interior del edificio.—Despedir a Smith me hizo ganarme un ascenso —contestó con la frente en alto—. Ahora coordino el área de Recursos Humanos de toda la empresa.—Me alegra —dije con sinceridad, pues parecía un buen hombre—. Yo&h
ANDY DAVISSostuve el aliento mientras caminaba por ese pasillo de un par de metros. Luces blancas y pálidas iluminaban todo desde abajo. Los muebles pegados a las paredes eran de acero pulido. Todo parecía demasiado pulcro, demasiado ordenado, demasiado ajeno a Damián, o eso creía.Abrí uno de los cajones y encontré varios pasaportes apilados, de diferentes colores y nacionalidades. No solo eran de Damián, con otros nombres y otros datos, también había pasaportes para mí y los niños, bajo otras personalidades.Comencé a sentirme mareada y con dolor de estómago.Había más cajones, con dinero apilado de manera minuciosa en montos de diferente valor. Incluso me arriesgaba a decir que los billetes parecían nuevos, recién salidos del banco. ANDY DAVIS—Eso hubiera sido lo más inteligente de mi parte —contestó Damián por fin, viéndome directamente a los ojos—, pero no lo hice. No podía sacarte de mi cabeza. No podía dejar de pensar en ti y de anhelarte.»Me volviste loco, Andy. —Dio un paso hacia mí, el mismo que yo retrocedí. Entonces echó un vistazo a sus empleados, que aún esperaban en silencio, como estatuas—. La empresa es real, y genera resultados reales, pero hay más de fondo.Con un movimiento de cabeza hizo que los tres abandonaran la oficina, dejándonos solos. Podía sentir el peso de las circunstancias aplastándome, y mi pecho vacío, sin aire.—¿Por qCapítulo 165: Vomitando el miedo
LUCIEN BLACKWELLNo creí que jugar con los niños por un breve momento fuera suficiente para condenarme el resto del día. León y Victoria me seguían como soldaditos a cada rincón. Ni siquiera mi chofer era tan comprometido con cuidarme las espaldas como ellos.Si estábamos en la mesa se sentaban a mi lado. Si estaba en mi despacho ellos se quedaban jugando en la alfombra. Si salía al jardín se la pasaban brincando como conejitos alrededor de mí. No solo era extraño, no sentía que fuera la clase de hombre que se merece la fascinación de niños tan pequeños, sino que también me restaban un poco de oscuridad. No podía verme amenazante si ellos se la pasaban tomándome de la mano o abrazándose a mis piernas, pero curiosamente, no me molestaba, eran bastante tiernos.—Te aman —dijo Camille mientras arrullaba a Ángel con ternura—. Te