El abrazo de Franco y Vittorio se prolongó por un instante eterno, un torrente de lealtad, luto, y alivio. Enzo, el fantasma que había resucitado, sintió el peso de sus dos guerreros contra sus piernas, y el ancla que buscaba se hundió profundamente en el fango de su propia mentira.
Finalmente, Enzo se movió, no para devolver el abrazo, sino para terminarlo. Su cuerpo, aunque temblaba por la emoción, se irguió de golpe.
Severidad, Culpa y Fría Resolución.
El tiempo que pasa en la cabaña, el peligro inminente del Ruso.
—¡Basta! ¡Levántense! —ordenó Enzo, su voz enmascarada resonando con una autoridad que no había menguado.
Los dos hombres se separaron de inmediato, limpiándose las lágrimas con las mangas de sus trajes, sus rostros marcados por la vergüenza y el shock.
Se pusieron de pie, recuperando su postura rígida, aunque sus ojos seguían fijos en la figura de su Jefe con una adoración cautelosa.
—Mírense —dijo Enzo, su voz goteando desprecio—. Dos de mis mejores hombres, arrodilla