—Veamos... —el doctor mueve el aparato sobre su abdomen cubierto con un gel frío.
—¿Todo bien, doctor? —pregunta ella, algo tensa.
—Sí, todo está muy bien. El embarazo goza de buena salud. —Sonríe ampliamente, y yo le beso la piel de la mano.
—Tienes quince semanas y un día. Si lo comparamos con una fruta, tu bebé es del tamaño de una naranja y pesa aproximadamente cincuenta gramos.—
Reboso de felicidad.
Y ver sus ojos brillar con la noticia me alegra aún más.
—¿Las náuseas y los malestares han cesado?—
—Sí, pocas veces los siento ya.—
—Perfecto. En el primer trimestre es normal experimentarlos, pero ahora que estás en el segundo, tu bebé exigirá más comida.—
—Créame que ya lo está haciendo —digo con felicidad.
De camino al trabajo, ella no deja de mirar la ecografía.
No ha dejado de sonreír.
—¿Estás feliz?—
—Lo estoy... Mi hijo está bien. Yo también estoy bien. —Entrelazamos nuestras manos.
—Serás una grandiosa mamá. De eso estoy seguro.—
—Entonces... ¿Cuándo te marcha