—¿A dónde me llevas?— me pregunta con curiosidad.
—Te va a gustar, es una sorpresa para ti.— Llevo su mano a mi boca, dejo un beso en su piel y mis ojos van directo a su vientre.
Lleva un vestido ceñido al cuerpo, su cabello cae libre y un abrigo apenas disimula lo bien que se ve. Los tacones me hacen sentir nervios, pero me guardo el comentario.
El tiempo transcurrió lentamente; en mi pecho no cabe la felicidad. Por fin, ella sonríe.
No veía esa sonrisa desde hace mucho, la misma que me regaló en el aeropuerto.
Su cara se iluminó al señalar a los peces.
El murmullo de las personas no me molestaba; estaba perdido en la belleza de su admiración por las cosas.
Su reflejo en el cristal.
Y cómo me abrazó cuando vio a un tiburón acercarse veloz a un buzo.
Me hizo sentir su lugar seguro, quien la iba a proteger.
Nos sentamos algunas veces; los malestares le causaban estragos.
Pero aun así, disfrutamos tanto.
Fuimos a un restaurante que había cerca, con una temática estilo barco.