Inmediatamente después de la graduación, Peter se soltó la toga y el birrete para la foto final y salió corriendo de la universidad. Aunque todos sus compañeros iban a asistir a la fiesta, él solo pensaba en Jessy.
No había venido a felicitarlo ni a entregarle flores como habían acordado, pero como si amigo le había dicho que se sentía un poco mal no le dio tantas vueltas al asunto.
Conocía cada rincón de su sala, el aroma a jazmín que flotaba en el aire, la cafetera chorreando en la cocina. Subió las escaleras corriendo y entró a su habitación sin tocar por tenis a despertarla y allí estaba su silueta. Jessy estaba sentada en el pequeño sofá del rincón, abrazándose las rodillas, con la mirada perdida en la ventana. Ni siquiera se giró cuando él entró.
— Oye ¿Todo bien? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta. Había algo en su silencio, de la manera que evitaba su voz, que dolía como un punal invisible.
¿Estaba tan enferma?— pensó él.
Peter se acercó y se sentó frente a ella. Tardó un