Fernanda
Desperté como en esas películas donde las protagonistas se desperezan con una sonrisita estúpida y el pelo perfecto...
Solo que yo tenía un nudo en la nuca, la boca seca y una pierna de Damien aplastándome las costillas.
—Buen intento, Hollywood —murmuré, empujando su pierna como quien aparta un tronco en el bosque.
Me estiré como una gata perezosa, dejando que cada vértebra crujiera en su sitio. Qué delicia. Qué jodida maravilla. Paz. Por fin.
Me incliné y dejé un beso sobre el hombro desnudo de Damien, que gruñó entre sueños, como un cachorro molesto. Sonreí.
Aún no entendía cómo habíamos terminado aquí, vivos, enteros y durmiendo sin que nadie nos estuviera intentando matar.
Me levanté sin hacer ruido, o al menos eso intenté, porque terminé pisando una de sus botas y casi me estampo contra la pared.
Glamour celestial, versión Fernanda.
Fui al baño tarareando una canción que no recordaba de dónde había salido.
Abrí la ventana, dejando que el aire fresco del cielo me acar