Diego
El café estaba frío. Lo había olvidado en la mesa hacía rato, revisando los correos y mis apuntes sobre el Gremio.
—¡¿Diego?! —La voz de Juan resonó por todo el apartamento, cargada de una histeria que ya reconocía demasiado bien.
Suspiré y dejé la taza en la mesa. Crucé los brazos viéndolo entrar como un desquiciado.
—¿Qué pasó ahora? —le pregunté con calma. Sabía que le irritaba eso.
Se acercó a la mesa apoyando ambas manos en el respaldo de una silla.
—¡Cordelia! —escupió su nombre como un insulto—. ¡Tu maldita hermana!
Rodé los ojos, apoyando mi mejilla en la mano mientras lo miraba con aburrimiento.
—¿Qué hizo ahora? ¿Respirar?
Juan me ignoró y empezó a caminar de un lado a otro, no entendí si quería calmarse o darse más cuerda.
—¡La vi con un tipo en su casa! ¡Un puto modelo de revista! ¡Sin camisa!
Sentí un nudo de molestia en el estómago. No porque me importara lo que hiciera la zorra de mi hermana. Si no porque ya estaba harto de escuchar su nombre salir de la boca de