Zeiren
El calor de su cuerpo se había ido.
Su piel se había opacado. Sus ojos habían perdido toda su luz. Sus labios entreabiertos ya no volverían a hablar.
Y aun así, no podía soltarla.
Literalmente, no podía desprenderme de ella.
Cada pedazo de mí gritaba para aferrarse a cada recuerdo de ella, como si solo con tocarla pudiera impedir que la muerte la reclamara del todo.
—Mi amor... Eloah… No... —susurré, o tal vez pensé.
No lo sabía. Todo era borroso. El mundo estaba tan lejos de mi mente en este momento.
Pero Seraphiel seguía ahí. Sentía su aura podrida a nuestro alrededor.
Sus manos sobre el círculo, bañadas en la sangre de Cordelia como si fuera agua bendita. Murmuraba palabras que no entendía. Palabras viejas que flotaban en el aire y aumentaban la electricidad en el ambiente.
El portal bajo el reloj lo reconocía a él y lo que estaba haciendo. Aceptaba cada gota que caía de sus dedos con un hambre voraz.
Pero yo no.
Yo no aceptaba nada.
Ni la muerte.
Ni la derrota.
Ni el sile