Capítulo 33.
Risas, conversaciones de todos los estilos y encuentros con diferentes temas se daban en las citas preparadas para esa ocasión.
El sitio, además de las paredes insonoras, estaba dividido por enormes telones que se desplegaban delicadamente para formar lugares íntimos, en los que inevitablemente el silencio era una oportunidad o una incomodidad. Algunos reían al conocer a las chicas que habían adquirido, otros compartían sus gustos y unos cuántos disfrutaban de sus esposas, complacidos con saber que nadie más que ellos podrían tenerlas.
En algunos el desagrado por haber sido “comprada” se le notaba, aún cuándo quisiera mostrar sus modales. Pero, para su compañía, lidiar con ese tipo de comportamientos tenía un sólo fin. Aprender y enseñar. Y esa era la especialidad que con una mirada bastaba mostrar.
En casos distintos, la comida no era un incentivo real, pero sí una excusa aceptable.
Harper veía el plato ante ella, mientras Mateo comía tan campante, como si esa fuera una más de