El mundo quedó en silencio por un instante.
Los demonios dormían, los fantasmas se esfumaban, el infierno seguían tomando almas y el tiempo seguía su curso. No había manera de detener nada y tampoco forma de borrar lo hecho y lo aceptado.
Harper dormía plácidamente, Mateo dejaba que sus pesadillas siguieran su curso, porque había aceptado que serían eso. Unas simples pesadillas que no saldrían, ni volverían.
Samuel Wolf era un fantasma que desaparecía en su cabeza y no tenía más poder sobre él. No desde que un hombre que llegó a los cinco años le dijo que no compartía la sangre de ese sujeto asqueroso.
La mañana los golpeó con una sonrisa de parte de Harper, quién no perdió tiempo para tomarse un par de píldoras. No quería cosas que no necesitaba en ese instante. Sus heridas no se habían abierto, pero su cuerpo le exigía un descanso real, aunque ver al mafioso con la mano bajo su cabeza y su torso descubierto la hizo desear quedarse por más tiempo.
—No nos movamos de la cama hoy—