Capítulo 2
¡Qué excusa tan ridícula!

—Ramón, sabes bien que fue Fabiola quien me hizo perder al bebé. Por lo tanto, ya no puedo tener hijos. Me pides que perdone a la hembra responsable de la muerte de mi hijo, que acepte compartirte con ella, que críe al hijo que tiene contigo... Eso no puedo hacerlo. Si no estás dispuesto a romper el vínculo, le pediré al Rey Alfa que lo disuelva y punto.

Le solté la mano con brusquedad y le di la espalda, negándome a mirarlo.

—¡Imposible! —gritó Ramón Castillo, visiblemente alterado—. El bebé murió. Eso ya es cosa del pasado. Fabiola ya ha pagado por sus errores. Por favor deja de aferrarte a ello.

Jamás imaginé que aún pudiera defender a Fabiola Linares con tanta vehemencia.

En ese momento, Fabiola se apoyó de forma deliberada en Ramón y me miró con ojos llorosos.

—Francisca, no te enojes. Fue mi culpa. Perdóname, por favor. Si sigues molesta, entonces yo…

Vaciló por unos segundos. Sus ojos se movieron nerviosamente antes de tomar la daga de la mesa y apuntarla directo hacia su vientre.

—¡Pagaré mi culpa con la muerte!

Pero Ramón reaccionó asustado, le arrancó la daga y gritó furioso:

—¡¿Qué estupidez es esta?!

Luego me miró, sin una pizca de remordimiento. Solo había indignación en su mirada.

—Francisca, al fin y al cabo, Fabiola es tu hermana. Debes ser más generosa. Tú no puedes tener hijos. Por eso ella quedó embarazada, para que pudieras criar ese bebé. Después de todo, comparten la misma sangre. Como futuro Alfa de la manada Sombraluna, necesito un heredero. Fabiola se esforzó demasiado para concebir este hijo por ti. No seas desagradecida.

Sonreí con amargura y dolor. Por dentro, el vacío me calaba hasta los huesos.

Para él, que mi hijo muriera no era gran cosa. Siempre podía tener otro. Pero para mí, ese hijo era mi vida. Y al morir, lo perdí todo.

¡Jamás podría criar al hijo de otra como si fuera mío!

Estaba a punto de hablar, cuando Fabiola soltó un grito repentino:

—¡Ah... me duele muchísimo el vientre!

Al instante, Ramón me apartó de un empujón y corrió asustado a levantar a Fabiola en brazos, llevándosela al hospital.

Caí al suelo por el empujón. Desde ahí, solo pude mirar sus espaldas alejándose, mientras soltaba una risa con amargura

De pronto, recordé preciso el día que perdí a mi bebé. Fabiola y yo caímos al mismo tiempo, pero él corrió a levantarla a ella y se la llevó al hospital primero. Como demoraron en llevarme al hospital, acabé con una hemorragia muy grave.

Al caer la tarde, regresé a casa y me dirigí al cuarto para cambiarme. Aún no había entrado cuando de pronto escuché la voz seductora de una hembra:

—¡Qué travieso eres!

La puerta estaba entreabierta. Al asomarme, la escena que vi me revolvió el estómago.

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