ANASTASIA
No debería estar pensando en él. Soy madre, tengo un crío de cinco años, un ex con el que he vuelto a discutir, y unos padres a los que ignoro. Pero aquí estoy, quemándome la lengua con el café porque mi mente está en el vecino del 4B y no en la taza.
He vuelto a dejar que Trevor que se lo lleve, dos fines de semana seguidos, y creo que he cedido sólo por no seguir discutiendo. Estoy harta de escuchar como suena cada vez más como sus padres —o lo que es peor—, como los míos. No sé en qué momento Trevor se ha convertido en esto, en alguien que me hace apretar los dientes y contar hasta diez para no soltarle un grito.
Así que es viernes y vuelvo a estar sola, y vuelvo a pensar en Leo. Llevo toda la semana volviéndome loca poco a poco. Cada vez que escucho la puerta de enfrente, espero que, por lo que sea, venga a llamar a la mía. O que, por alguna maravilla casual, nos encontremos en el rellano. Es ridículo. Es absurdo. Y no puedo parar. He pensado en enviarle un mensaje, pero