ANASTASIA
Hoy vamos a casa de la madre de Leo, y aunque él actúa como si no fuera gran cosa, para mí es un paso enorme. Me he pasado la mañana probándome ropa, intentando encontrar algo que diga “soy una buena persona, pero no me esfuerzo demasiado”. Al final, me he decidido por un vestido azul que me hace sentir cómoda, y he recogido mi pelo en una coleta alta para que no se me pegue a la nuca con los nervios. A Oliver también lo he arreglado más de lo habitual, con una camisa limpia y esos zapatos que solo usa para ocasiones especiales.
Cuando abro la puerta, Leo está ahí, con sus vaqueros desgastados, una camiseta negra de manga corta que deja a la vista todos sus tatuajes tan sexys y con esa postura despreocupada que siempre me desarma. Sus ojos me recorren de arriba abajo, y esa sonrisa suya, medio bromista, medio algo más, hace que el nudo se afloje un poco.
—Vamos a casa de mi madre, no a misa —se burla, pero el brillo en sus ojos me dice que le gusta lo que ve.
Pongo los ojos