El silencio era antinatural.
Ciel no respiraba.
Ian tampoco.
El bebé yacía quieto entre los brazos de su madre, demasiado quieto. Su pequeño pecho apenas se movía, y la luz que antes lo rodeaba se había reducido a un resplandor débil, como una estrella a punto de apagarse.
—No… —susurró Ciel, con la voz rota—. No te atrevas a irte… no ahora…
Alexandre permanecía inmóvil a unos pasos, el rostro tenso, los ojos plateados clavados en el niño. Por primera vez, no parecía un depredador. Parecía alguien que había visto ese momento antes… demasiadas veces.
—El eclipse está colapsando —dijo al fin, con voz grave—. Su cuerpo no puede contener todavía dos linajes despiertos.
Ian cayó de rodillas junto a Ciel.
—Haz algo —le exigió—. Dijiste que sabías cómo salvarlo.
Alexandre cerró los ojos un instante. Cuando los abrió, ya había tomado una decisión.
—Hay una forma —admitió—. Pero no les gustará.
Ciel alzó la mirada, desesperada.
—Dime.
Alexandre dio un paso adelante, lento, cuidadoso, como si s