Planto las palmas de mis manos sobre su pecho fornido y le doy un empujón para alejarlo de mí.
―¿Sueles tratar a todas las personas de la misma manera o solo a aquellas que consideras por debajo de tu nivel? ―niego con la cabeza―. No me extrañaría saber que no tienes amigos ―comento con desparpajo―. La gente, como tú, solo tiene lambiscones y pedigüeños que harán lo que sea para conseguir favores.
Cruzo los brazos sobre mi pecho y lo fulmino con la mirada. No pienso dejarme amedrentar por este machote creído. Si está acostumbrado a que todo el mundo le rinda pleitesías y le ofrezca explicaciones cada vez que las pide, conmigo se ha equivocado. Le voy a enseñar que no todos estamos dispuestos a aguantarnos sus caprichos de niño rico.
―¿Acostumbras a ser tan descarada y fresca con tus palabras?
Espeta malhumorado. Ruedo los ojos.
―Siempre y cuando me busquen la lengua y tú ―lo señalo con mi dedo―. Te has ganado unos cuantos metros de ella.
Ladea su cara y estrecha sus ojos al recib