Amaia.
—Buenos días, señora Mountbatten —saluda con amabilidad una de las enfermeras del hospital.
Cambiaron la palabra señorita por señora desde que se propagó la noticia de que ahora soy una mujer casada. Le devuelvo la sonrisa por cortesía mientras atravieso el pasillo. Han pasado dos días desde la última conversación con Gael cuando evadió la pregunta que le hice sobre mi padre con una respuesta evasiva y sutil, pero de alguna forma creo que hay algo más que él no me dice, o no sé si he empezado a estar paranoica.
—Buenos días —Saluda otra mujer que me observa con curiosidad, mirando tras de mí.
Es cuando recuerdo a los dos hombres que se han convertido en mi sombra. Sus pasos resuenan tras de mí. Los hombres altos, vestidos de traje e inexpresivos no hablan ni saludan, sólo obedecen órdenes de Gael. Continúo mi camino, recordando que hoy le dan el alta a mi hermana y puedo llevarla de regreso a casa.
—No es necesario que entren conmigo —Los detengo frente a la puerta de la habita