Amaia.
La conciencia regresa como un oleaje lento. Mi cuerpo pesa y hay cierto ardor en la espalda. Todo está quieto, es demasiado blanco por lo que la luz parece rebotar con fuerza en las paredes. Huele a desinfectante, es como si me hubiera transportado a un lugar impoluto y pacífico. Parpadeo, pero mis párpados se sienten de plomo. Unos segundos después puedo ver mejor todo a mi alrededor.
En definitiva, estoy en una habitación demasiado limpia, elegante, de paredes claras y luz cálida filtrándose por las cortinas ¿Es el hospital? pero si es así no se trata de una habitación común. No es igual a la que Diara acostumbra.
Intento incorporarme, pero un pinchazo agudo en el costado me detiene. Gimo por lo bajo.
—No se mueva, por favor —dice una voz femenina a mi derecha.
Una enfermera, de aspecto tranquilo y cabello rubio se acerca a mí con una tableta en la mano.
—Aún necesita reposo. Le informaré al médico que ha despertado.
Asiento y aunque mi garganta está seca empiezo a hab