Grecia estaba de pie frente a la puerta, a punto de entrar, pero su nerviosismo era evidente. Las piernas le temblaban, como si en cualquier momento le fueran a fallar, y su mente estaba llena de pensamientos contradictorios. “Dios mío, dame fuerzas para tener el valor de decirle a Guillermo que voy a dejarlo. Tú sabes que no quiero hacerle daño, pero a ti no te puedo engañar, mi corazón le pertenece a Luis Fernando.” Pensaba mientras colocaba su mano temblorosa en la manecilla de la puerta, a punto de abrirla. La madera del marco parecía fría al tacto, como si absorbiera su angustia.
Cuando finalmente cruzó el umbral, miró a su alrededor y notó un silencio abrumador. El aire estaba cargado de una tensión evidente, un eco de soledad que la llenaba aún más de inquietud. Colocó su bolso sobre la mesa redonda de la entrada, un mueble muy antiguo. Continuó caminando despacio, cada paso intentando darlo sin hacer ruido, mientras sentía su corazón latiendo acelerado, como si estuviera a pun