Luis Fernando había llegado a la casa del Lic. Burgos con una mezcla de ansiedad y esperanza. Se sentía muy contento por todo lo que había sucedido entre él y Grecia, y sabía que necesitaba el consejo de su abogado para navegar por esta complicada situación. Lo que más le preocupaba era su hijo. No quería que Guillermo apareciera como su padre, sentía que la vida ya le había robado bastante como para tener que renunciar también al fruto de su amor con Grecia.
Luis Fernando se sentó en un cómodo sillón, mientras el Lic. Burgos, un hombre de aspecto serio pero amable, lo miraba con atención.
—Me alegra mucho por ti, Luis Fernando —dijo el Lic. Burgos, ajustando sus gafas mientras bebía una taza de café—. Pero, ¿estás seguro de que Guillermo Lombardo le dará el divorcio a Grecia tan fácilmente?
Luis Fernando, sintiendo que la determinación se apoderaba de él, respondió con firmeza:
—No puede obligarla a estar casada con él, Grecia a quien ama es a mi. Además, también tengo derecho a te