Después de recibir la desagradable noticia sobre la inevitable pérdida de su mansión, Greta salió de la oficina de Luis Fernando atormentada. La presión de la situación la había dejado exhausta, y al cruzar la puerta, sintió que el aire se le escapaba. Pablo, al verla en ese estado, enseguida se fue tras ella. —Greta, espera, ¿a dónde vas? —preguntó, tratando de alcanzar su paso. —Déjame, Pablo, no estoy de humor para tus estupideces. Quiero estar sola —respondió, sin detenerse. —Pero espera, tenemos que hablar —insistió, tomándola por el brazo con fuerza, haciendo que Greta se detuviera en seco. —¡Suéltame! —exclamó, zafándose de su agarre. El movimiento brusco la despeinó, y enseguida se acomodó el copete con una actitud presumida—. No quiero que me vuelvas a tocar de esa forma. ¿Me entendiste? No somos iguales, entiéndelo. ¡Hay niveles! —Jaja, no me hagas reír, Greta. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué tú llevas ropa de marca y vas al salón de belleza para que te estiren ese c
La tensión en la habitación no se hizo esperar. Guillermo estaba sentado en la cama, con las manos entrelazadas sobre las rodillas, mientras su mirada se perdía en el vacío. Grecia, a su lado, no podía evitar morderse el labio, sintiendo cómo la angustia se apoderaba de ella. El doctor tenía una expresión grave, lo que hizo que ambos contuvieran la respiración. —Lamento informarles que no les tengo buenas noticias —comenzó el doctor, con un tono de voz determinante y seria que resonaba en la habitación como un rayo. Al escuchar esas palabras, una ola de inquietud recorrió a Guillermo. Un escalofrío le atravesó el cuerpo y su piel se volvió pálida. Grecia, sintiendo que sus piernas temblaban, se aferró al borde de la cama, tratando de encontrar apoyo ante la situación, sentía que el mundo se desmoronaba ante ellos. —Los estudios han dado como resultado que el tumor que tiene es maligno —continuó el doctor, observando las reacciones de ambos. Guillermo sintió que el mundo se
La tarde caía sobre la mansión de Guillermo, el lugar estaba rodeado de una energía inquietante. La patrulla de policía, con sus luces parpadeantes y las sirenas sonando, se detuvo frente a la imponente entrada. Dos agentes, serios y corpulentos, salieron del vehículo, sosteniendo firmemente la orden de arresto en sus manos. El ambiente se sentía cargado de tensión; los curiosos que se encontraban en los alrededores se quedaron atentos, presintiendo que algo malo estaba a punto de pasar. Dentro de la mansión, Matilde hacía sus deberes sin ninguna preocupación, ignorando el revuelo que se avecinaba. Había estado ocupada en la cocina, preparando un té que nunca llegaría a servir. Su mente divagaba, pensando que Guillermo y Grecia seguramente habían salido a algún lugar, ya que ninguno de los dos había pasado la noche en la casa. No podía imaginar que, a solo unos minutos de distancia, su destino estaba a punto de cambiar drásticamente. Su plan macabro de acabar con la vida de Grecia
Grecia subió a la habitación principal la cual compartía con Guillermo desde su matrimonio, un espacio que en algún momento había sido testigo de su entrega, pero en donde ahora no existía intimidad. Al cruzar la puerta, se quedó paralizada al ver a Guillermo sentado sobre el muro del balcón. Su figura, frágil y encorvada, parecía cargar con el peso de un dolor insoportable. La tenue luz apenas iluminaba su rostro, pero sus ojos, hundidos y llenos de desesperación, reflejaban un abismo de sufrimiento, como si estuviera a punto de lanzarse al vacío. —¡Guillermo, no lo hagas! —gritó Grecia, su voz se escuchaba como un eco en medio del silencio de la mansión. Guillermo se volvió hacia ella, y en ese instante, Grecia sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. Sin pensarlo, corrió hacia él y lo abrazó por la espalda, rompiendo en llanto. Las lágrimas brotaban de sus ojos, mezclándose con la angustia que la invadía. —No lo hagas, por favor —decía entre sollozos, mientras Guill
Había amanecido, era muy temprano. El sol que entraba por la ventana hizo que Grecia despertara. Abrió los ojos y, al mirarse, se dio cuenta de que se había quedado dormida con la ropa puesta. Un nudo en el estómago la obligó a voltear rápidamente para comprobar si Guillermo aún estaba a su lado. Al mirar su lado de la cama, un ataque de nervios la invadió al notar que no estaba allí. —¿Guillermo? ¿Dónde estás? —preguntó en voz baja, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a apoderarse de ella—. Ay, Dios mío, que no sea lo que estoy pensando. Se levantó de la cama de un salto, sintiendo que la presión le bajaba. Los peores pensamientos comenzaron a asaltarla. —Dios mío, que no sea lo que me imagino. Guillermo, no… no puede ser —decía mientras salía de la habitación y bajaba las escaleras a toda prisa. Miraba a su alrededor, llamando a Guillermo con una voz temblorosa, temiendo encontrarse con una escena aterradora. —Guillermo, Guillermo —repetía, pero no lograba verlo por nin
Grecia y Guillermo llegaron al restaurante, donde Mercedes ya los estaba esperando junto a Ernesto. La atmósfera era tensa, especialmente para Mercedes, quien lucía nerviosa pero decidida a enfrentar el reto que tenían por delante. —Bien, todo está listo. Mercedes ya firmó el acuerdo de confidencialidad. Ahora, ¡vamos a la empresa! —anunció Ernesto con determinación. —¿Y tú, Mercedes? ¿Te sientes segura? —preguntó Grecia, mirándola con preocupación. —Sí, estoy nerviosa, pero segura. No te preocupes, todo saldrá bien —respondió Mercedes, esforzándose por transmitirle seguridad. Quería que Grecia estuviera tranquila. Luego se volvió hacia Guillermo—. ¿Y tú, cómo te sientes? —Estoy bien, Mercedes. Ahora que mi bonita está a mi lado, me siento con la fuerza necesaria para enfrentar cualquier batalla —dijo Guillermo, tomando a Grecia por la cintura y dándole un beso en los labios que la tomó por sorpresa. Ernesto, incómodo ante la escena romántica, se aclaró la garganta y ca
El ambiente en la oficina era tenso, y Ernesto estaba sorprendido al escuchar la inesperada determinación de Guillermo. —¿Estás seguro de esa decisión, Guillermo? —insistió Ernesto, incrédulo. —Sí —respondió Guillermo, con un tono de voz firme pero cargada de emoción—. Después de enterarme de mi enfermedad, no tengo nada más que perder. Además, Grecia es la mujer que más amo en la vida. No tengo más familia que ella y el hijo que espera. —Pero ese hijo no es tuyo, Guillermo. Deberías reconsiderar tu decisión... Creo que... Guillermo lo interrumpió, levantándose de la silla de forma abrupta y golpeando el escritorio con un puño. —¡Ese hijo es mío y eso no tiene discusión! —exclamó, alzando la voz y sorprendiendo a Ernesto con su alteración. —Padre es el que cría, y si Dios me da vida para cuando ese niño nazca, voy a darle mi apellido. —Cálmate, no quise molestarte —respondió Ernesto, intentando mantener la calma—. Solo creo que es una decisión muy radical. —¿Radical? Por
Laura se sentía inquieta. La atmósfera de la fiesta era pesada, y cuando Luis Fernando se acercó, su voz resonó dentro de ella, provocándole un nerviosismo que no podía controlar. —¿Pero qué te pasa? Pareciera que hubieras visto un fantasma —exclamó Luis Fernando, frunciendo el ceño, sin entender su nerviosismo. —Nada… solo me duele un poco la cabeza —respondió ella, intentando disimular su ansiedad. Cerca de ellos, Greta, con una sonrisa forzada, decidió acercarse al invitado inesperado. —¿Se puede saber qué haces aquí? —preguntó entre dientes, tratando de mantener la compostura y evitando que los demás invitados notaran la tensión. —Esa es la forma de saludar a un viejo amigo, Greta —replicó Daniel con sarcasmo, disfrutando de la incomodidad que estaba generando. —Te hice una pregunta, Daniel. ¿Qué haces aquí? No estás invitado a esta fiesta. Además, ¿quién te dejó entrar? ¿Cómo te enteraste? —Calma, Greta, me estás haciendo muchas preguntas—dijo él, sonriendo mientra