Después de recibir la desagradable noticia sobre la inevitable pérdida de su mansión, Greta salió de la oficina de Luis Fernando atormentada. La presión de la situación la había dejado exhausta, y al cruzar la puerta, sintió que el aire se le escapaba. Pablo, al verla en ese estado, enseguida se fue tras ella.
—Greta, espera, ¿a dónde vas? —preguntó, tratando de alcanzar su paso.
—Déjame, Pablo, no estoy de humor para tus estupideces. Quiero estar sola —respondió, sin detenerse.
—Pero espera, tenemos que hablar —insistió, tomándola por el brazo con fuerza, haciendo que Greta se detuviera en seco.
—¡Suéltame! —exclamó, zafándose de su agarre. El movimiento brusco la despeinó, y enseguida se acomodó el copete con una actitud presumida—. No quiero que me vuelvas a tocar de esa forma. ¿Me entendiste? No somos iguales, entiéndelo. ¡Hay niveles!
—Jaja, no me hagas reír, Greta. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué tú llevas ropa de marca y vas al salón de belleza para que te estiren ese c