Mientras los exámenes de la pequeña Mónica estaban en curso, Luis Fernando y Grecia disfrutaban de la calidez de su hogar, rodeados por la risa y la energía de sus tres hijos. Los niños estaban fascinados con el pequeño Lorenzo, quien dormía plácidamente en su cuna, envuelto en una mantita suave y acogedora.
—Mami, ¿puedo cargarlo como lo hago con mis muñecas? —preguntó la pequeña Luisana con una ingenuidad desbordante, mientras miraba a su hermanito con sus ojos brillando de emoción.
—No, cariño, estás muy chiquita para cargarlo. Aún es un bebé y debe cargarse con mucho cuidado, sus huesitos son muy frágiles. ¿Comprendes? —respondió Grecia con una sonrisa tierna, acariciando la cabeza de su hija. Luisana asintió con una sonrisa.
Guillermito, que estaba observando y escuchando todo, tenía una carita que reflejaba su disgusto. Frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pequeño pecho. Luis Fernando, al notar la expresión de su hijo, se acercó a él y se agachó a su altura.
—¿Qué te p