Luis Fernando y Burgos, ya habían aterrizado en Cancún, y mientras se dirigían hacia el hotel, Luis Fernando iba sumido en sus pensamientos, su mente se perdía en el paisaje que desfilaba ante sus ojos. El vehículo avanzaba por la carretera, y él no podía evitar admirar la belleza del lugar; la brisa fresca entraba por la ventanilla, acariciando su rostro y llenándolo de una sensación de libertad que contrastaba con la nostalgia que lo invadía. Por un momento, se había olvidado de todos los problemas que lo embargaban, especialmente con Miranda, una situación inesperada que todavía no asimilaba. Sin embargo, había decidido no pensar más en el asunto, al menos durante el viaje. Solo se iba a enfocar en su futuro como empresario.
A medida que el coche se acercaba a Punta Nizuc, las palmeras se mecían suavemente al ritmo del viento, y el azul del mar se extendía hasta donde alcanzaba la vista, creando un cuadro perfecto. Pero en medio de esa belleza, un pensamiento lo atrapó con fuerza.