Finalmente había llegado el gran día. La mansión de Guillermo se preparaba para albergar no una, sino dos bodas en una celebración que prometía ser inolvidable. Monserrat y Guillermo, así como Mónica y Pablo, se unirían en matrimonio en el lujoso salón que había sido testigo en su momento de la boda de Grecia y Guillermo. Sin embargo, esta vez todo era diferente. Había un amor verdadero entre ambas parejas, un amor que brillaba con intensidad. Y Grecia, ahora iba a llegar a ese mismo lugar del brazo del que siempre había sido su verdadero amor, Luis Fernando.
Al entrar al salón, los invitados se maravillaron ante la decoración exquisita. Cada rincón estaba adornado con flores frescas en tonos pastel: rosas y orquídeas. Las mesas estaban vestidas con manteles de satén blanco, y en el centro de cada una, brillaban candelabros de cristal que reflejaban la luz de las velas, creando un ambiente cálido y acogedor.
Monserrat estaba radiante en su vestido de novia; se veía como una prince