—¡Guillermo, qué sorpresa! No te esperaba —exclamó Monserrat, sus ojos se abrieron de par en par, reflejando una mezcla de asombro y alegría al verlo después de varios días en los que él no había querido comunicarse con ella.
Guillermo, sintiéndose un poco incómodo, encogió los hombros y sonrió tímidamente.
—¿Puedo pasar? —preguntó, con cierta temor a que ella lo rechazara.
—¡Claro! Sí, adelante. Siéntate, por favor —respondió Monserrat con amabilidad, haciéndole una seña hacia el sofá. La calidez de su invitación contrastaba con la tensión que se sentía entre ambos.
Una vez que Guillermo se acomodó en el sofá, la situación se tornó un poco incómoda.
—Ya me enteré que se vendieron las propiedades que te dejó tu padre—dijo Guillermo, frunciendo el ceño. Su expresión reflejaba una molestia que no pudo ocultar, como si esa noticia le hubiera golpeado directamente en el pecho.
—Sí, para mí fue una sorpresa cuando recibí la llamada del abogado —respondió Monserrat, tratando de