Guillermo había llegado a casa con los niños, su corazón se encontraba en un estado de pesadez y su mente estaba llena de pensamientos contradictorios que lo mantenían confundido. Al entrar a la sala, sintió una gran soledad a su alrededor, a pesar de que los niños estaban con él; la luz del atardecer se filtraba a través de las cortinas, haciéndolo sentir una profunda nostalgia. En su mano, sostenía el celular de Monserrat, un objeto que representaba tanto su amor como su dolor presente. Cada mensaje que habían intercambiado antes de que él tomara la equivocada decisión de dejarla sin siquiera intentar decirle la verdad pesaba en su pecho con una fuerza que le costaba respirar.
Se sentó en el sofá de la sala, un mueble que solía ser el lugar de risas y juegos, pero que ahora se había convertido en un refugio de tristeza. Mientras las lágrimas comenzaban a deslizarse por su rostro, miraba las fotos de Monserrat en la pantalla del celular; cada imagen evocaba un recuerdo. Guillermito,