Era muy tarde. Grecia se había quedado dormida después de tanto llorar en el sillón de su habitación. Guillermo había regresado del restaurante, había bebido algunas copas de vino, pero estaba sobrio; solo se sentía un poco relajado. Al subir las escaleras para dirigirse a su habitación, se detuvo en la puerta de la habitación de Grecia. Allí estuvo por unos minutos, indeciso sobre si debía llamar a su puerta. “¿Estará dormida?” se preguntó. Sin embargo, el deseo de verla y hablar con ella era mucho más fuerte. Después de pensarlo, decidió tocar.
—Grecia, ¿estás despierta? —preguntó suavemente.
Grecia abrió los ojos, ya que tenía el sueño ligero. Miró el reloj sobre la mesa y se sorprendió al ver lo tarde que era; ya era medianoche. Se había quedado dormida en el sillón sin darse cuenta. Sobre la mesa junto a su cama, estaba su cena en una charola que le había llevado Matilde. Se levantó rápidamente y decidió abrirle la puerta a Guillermo.
—Es muy tarde, ¿dónde estabas? —dijo, bosteza