Guillermo la miraba intrigado, su mente giraba en un torbellino de pensamientos, sin imaginarse lo que estaba a punto de escuchar. La expresión en su rostro era una mezcla de ansiedad y curiosidad, y su voz, aunque firme, revelaba la zozobra que sentía.
—Dime qué es lo que pasa, Grecia. Ya me tienes demasiado ansioso —exclamó, con su tono cargado de desesperación.
Grecia, sintiendo el peso de la situación, comenzó a frotarse las manos con nerviosismo, un gesto que delataba su inquietud. Caminó lentamente hacia el enorme ventanal que dominaba la estancia, desde donde se podía apreciar el imponente paisaje del mar azul. La vista era hermosa, casi hipnótica, pero en ese momento, para Grecia, era solo un fondo distante que no podía disfrutar. Su mente estaba en otro lugar, atrapada en un torbellino de emociones llenas de contradicciones.
Giró su vista hacia Guillermo, evidenciando la tensión que había entre ambos. Armándose de valor, respiró hondo, sintiendo cómo la ansiedad le llenaba el