Grecia y Luis Fernando llevaban varios días disfrutando de su estancia en Cancún. Habían llegado a una hermosa propiedad que pertenecía a Guillermo, un lugar especial que guardaba un sinfín de recuerdos de su niñez. La casa, situada a solo unos pasos de la playa, se alzaba majestuosamente entre palmeras y flores tropicales, su fachada de color blanco resplandecía entre el paisaje vibrante. El sonido de las olas rompían suavemente en la arena y la brisa marina acariciaba el rostro, creando una atmósfera mágica y relajante.
Desde la terraza, se podía apreciar una vista impresionante del mar. De toda la casa, era el lugar favorito de Grecia para estar en compañía de su hijo, donde podía observar cómo las olas danzaban al ritmo del viento. Y sentir mucha paz a pesar de la tormenta que llevaba por dentro.
La propiedad había estado vacía durante mucho tiempo, y Grecia se había encargado de acondicionarla. Las paredes estaban impregnadas de la historia familiar de los Lombardos. Cada rincón