Al terminar la jornada de trabajo, Grecia se acercó a Guillermo con un nudo en el estómago. El temor la invadía mientras pensaba en cuál sería su reacción al hablarle sobre la decisión que había tomado.
—Guillermo, necesitamos hablar —dijo, con un ligero temblor en su voz.
Al escucharla, Guillermo se estremeció; por fin había llegado el momento de retomar la conversación que habían dejado inconclusa. Estaba esperanzado de que ella lo aceptara en su vida; estaba dispuesto a ponerle el mundo a sus pies con tal de que fuera su esposa.
—Yo también tengo que hablar contigo, Grecia —respondió él, con una mezcla de ansiedad e ilusión—. Entonces, subamos a tu oficina.
—Muy bien —dijo él, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza mientras le hacía una seña con la mano para que ella caminara primero.
Desde el restaurante, Mercedes los observaba. Debía esperar a Grecia como lo habían acordado. Esa noche, no se quedaría más en la oficina de Guillermo; Mercedes le había ofrecido su cas