64. ¡No lo van a tocar!

Catalina

Un día en esta celda se siente como una eternidad. No hay iluminación, nos privan de alimento más que agua y pan y dormir es imposible.

Además el dolor en mi cuello debido a la agresión de esa mujer es casi insoportable, pero con todo y eso en lo único que puedo pensar es en Samuel, tengo que saber que está bien.

Debo hablar con Gabriel y advertirle.

Pero estoy encerrada.

El tiempo aquí no pasa, se arrastra. El aire huele a humedad estancada, a sudor viejo, a desesperanza. Cada hora es una tortura, cada crujido en el pasillo un recordatorio de que estoy completamente sola.

El dolor en mi pecho se hace más fuerte con cada segundo que pasa, hasta que entonces escucho pasos fuera de la puerta y una cerradura que se abre.

La puerta metálica chirría cuando se abre y el sonido me hace encoger los hombros por reflejo. El mismo guardia de siempre, de rostro inexpresivo y pasos pesados, se detiene frente a la celda y me observa.

—De pie. Vas de regreso al pabellón —ordena.

Mis músculo
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